El era un niño. Vivía en la orilla del mar. Creía estar en la frontera entre dos mundos. Soñaba con lo que podían proteger aquellas olas. Miraba intrigado a las estrellas a ver si se reflejaba algo de aquella otra realidad. En sus ojos verdes jamás de dibujó una respuesta. Ojos verdes alimentados por la furia de las olas. Furia que solía saludar. Les pedía noticias sobre aquel mas allá. El agua siempre devolvía la misma señal. Al niño nunca le pareció suficiente. Pero soñaba con tender puentes. Puentes al sitio en que las preguntas tienen respuesta. Hasta donde el silencio se vence con una sola mirada. Nuevo mundo lleno de promesas. El niño también conversaba con las gaviotas. Y estas le decían que aproveche su mundo, que en este también hay cosas buenas. Y se aplacaba la importancia de la otra orilla. Pero siempre volvía a preguntarse si el otro sería mejor. Sentía que la arena fina que se iba calentando durante la mañana, en otros sitios podría ser de otra manera. Quizás al otro lado estaba el sitio de sus sueños recurrentes. Y no se conformaba con soñar. Soñaba con poder mostrar su propia desnudez. Al despertar se creía estar en aquel lugar. Creía tener alas. Y decidió ser feliz, lanzó su botella al mar.
2 comentarios:
Gaiar, cómo estás?
Creo que EL PRINCIPITO si en vez de llegar al desierto hubiera llegado a zonas de mar y muelles, sería muy parecido al que nos relataste... hay algo de nostalgia e inconprensión que me suena familiar.
Quizás hasta yo misma pueda encontrarme en él.
Un beso grande. Hace mucho no sé nada de vos, pero como podés comprobar siempre seguiré pasando...
Flor estoy bien.
Ultimamente casi no tengo tiempo para nada. Pienso que es bueno ser fiel y mantener mis blogs siempre que pueda, lamento no haber podido hacerte una visita desde hace tiempo, pero no te preocupes, yo ire a tus tierras en cuanto pueda, no es que me haya olvidado de ti, tenlo por seguro.
Un abrazo!
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