Las burbujas surcaban aquel líquido ambarino. Dos de ellas vivieron un pequeño encuentro. La luna las iluminó en un pequeño instante. Aprovecharon el momento. Y decidieron contarse algo que a ambas les había quitado un poco de oxígeno. Las dos estuvieron pegadas a la pared, compartiendo el espacio, cada una con otro ser. Habían estado intercambiando el aliento. Pero pasaron torbellinos, que les arrancaron la compañía. Sus queridos globos se habían apresurado hacia la superficie. Se llevaron consigo una parte importante de su interior. Desde entonces han estado vagando, en compañía de pompas amigas, pero sin el calor suficiente que las dilate hasta su propia dimensión. Ninguna de las dos ha perdido la esperanza, y continúan su búsqueda. Por eso de vez en cuando se acercan a la pared, donde mejor da la luz. Donde pueden ver mejor el interior de las que se allí se encuentran. Saben que aun hay espacio, saben que se puede intentar a pesar de huracanes. Y por esta vez han podido encontrar puntos mutuos comunes. Sus superficies se pusieron en contacto. Y en un momento la sonrisa de una contagió la tristeza de la otra. Saben de la fusión, y del peligro de explosión. Pero también saben que para crecer hay que arriesgarse.
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