Compartía su pobreza. Repartía trozos de amor. A los más incomprendidos. Regalaba su maestría. Maestro de la inocencia. Era querido por todos. Pero quería mas. Su deseo lo destruía. Lo consumía la necesidad de sentirse querido. Y buscaba el cariño por todos los rincones. En todos los sitios menos en sí mismo. Y si alguien lo sabía nunca llegaron a explicárselo convincentemente. Seguía preso de su ansiedad. La aceptación externa le resultaba primordial. Olvidaba aceptarse a sí mismo. No le bastaban las muestras de su familia. Y caminaba, caminaba sin cesar. Hasta que llegó a un sitio sin salida. Y tuvo que hablarse a sí mismo. Se preguntó qué se escondía debajo de su nombre. Y su corazón maestro poco a poco fue dándole las respuestas. Supo que solo se tiene a sí mismo. Y lo estimuló la curiosidad por conocerse. Encontró huellas de caminos de espinas. Y también vió huellas de caminos verdes. Encontró la llave de su propio misterio. El mismo era la fuente de lo que tanto buscaba. Y comprendió que hasta ese momento no era más que su propio esclavo. Su propio camino lo llevó a saberlo de fácil forma. Supo que para llegar adonde él quería solo tenía que decidir su propia huella. De esa manera.
3 comentarios:
Día a día el camino se reconstruye, bifurca, desvía, encausa, ensancha... y así construimos la historia, Nosotros sólo con nosotros mismos.
Un beso!
Así mismo es mi niña!
El autoengaño no tiene sentido, princesa
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