Tarda la llamada. Las luces no se apagan. Algo se opone a que comience la función. Varios actores esperan expectantes que acabe de abrirse el telón. Dos semanas de revuelo en el patio de butacas. Y llegaban las noticias de las últimas cifras. Parecía que cada una contenía lo máximo. Quién iba a pensar que la venta de entradas se dispararía tanto después de la mitad de la primera semana. No se sabe qué hubiera pasado en el caso de que los actores no hayan ido a tomarse un café. Pero sí que fue una suerte para ellos haber podido disfrutar del aroma, aunque fuera por última vez. Tuvieron que regresar rápido al teatro. Y casi inmediatamente los del patio comenzaron a dormirse. Comenzaron a enmudecer. En segundos levitaban. Comenzaban a sumirse en el clásico sueño de la mudez. Los actores no comprendían, y era imposible saber. Las butacas vacías contemplaban cómo sus antiguos ocupantes tropezaban con el techo. Parecía imposible abandonar el teatro. Y los actores seguían intentando mostrar la salida. Ellas sitúan desesperadamente a los nuevos, deseosas de encender sus linternas, o apagarlas, quien sabe. ¿A quién se le habrá ocurrido representar la vida? Deben ser cosas de un tal pasado.
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