Parecía que las nubes habían enfurecido. Resultaba muy difícil escapar del arrebato. Pero es que todos tenemos algo de Aquiles. Y a mi se me empapó el alma. De aquello aún me quedan algunas gotas, muy difíciles de secar.
Pero al menos ahora puedo contemplar el cielo limpio. Los dioses son sabios, prepararon la tormenta y se inventaron un bonito renacer. La lluvia a pesar de empapar, sirvió para limpiar el espíritu.
Y las gotas por desaparecer son el recuerdo de que uno aún siente. Y vertiginosamente de las imágenes de aquella tormenta van quedando pocos rastros con los que voy aprendiendo a convivir.
Aún quedan lágrimas por salir. Pero poco a poco se va comprendiendo que hasta quien estaba en el ojo del huracán está ahora mucho mejor de lo que fue. Ahora el paisaje se ve con nuevos colores. Inspirando el diálogo íntimo y eterno. Me veo en los charcos, y te reflejas nueva, bella, inmortal.
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