Los enanos terminaban muy cansados después de la batalla. Llegaban a sus cuevas y siempre alguien había hecho lo necesario para ellos, en otra batalla. Los enanos nunca pensaron que la otra batalla era tan dura como la de ellos, ellos solo pensaban en sus medallas. Y al regresar a la cueva emprendían una tercera batalla si la segunda no había terminado a tiempo. No pensaban en que había una alternativa, la de ayudar en la segunda batalla. Las paredes de la cueva nunca oyeron una palabra de agradecimiento. Lo único importante para aquellos enanos era su medalla. Y quien protagonizaba la segunda batalla se iba apagando poco a poco, y más por las terceras batallas. Poco a poco la distancia aumentaba, sin saberlo los enanos. Cuando finalmente relucía el oro en sus pechos ya no había quien se enfrentara a la segunda batalla. Los enanos no tenían con qué celebrarlo, ni con quién. Las medallas se hicieron muy pesadas. Y para arrastrarlas, los enanos tuvieron que crecer. Tanto que apenas se les veían las medallas. Llegaron a olvidar aquellas batallas. En el campo habitual ahora hay un parque. Allí van los antiguos enanos a descansar. No lamentan haber participado en tanta batalla. Los pájaros del parque los acogen con alegría.
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