miércoles, 27 de diciembre de 2006

Alma de Gaia

El distribuidor de corales se olvidaba por momentos de su misión y casi sin percibirlo, de vez en cuando, se echaba alguno en el bolsillo. Tanto se repetía esta situación que los peces multicolores empezaron a sospechar que algo raro les estaba ocurriendo.
Las algas se estaban muriendo de pena. Los caballitos se quedaban poco a poco sin oxígeno. Y la estrella supo cual era la causa. Pidió a todos los peces que llegaran lo más lejos que ellos eran capaces de llegar y trajeran los corales más bellos que encontraran.
Cuando todos estaban de vuelta le ofrecieron su cosecha al distribuidor a cambio de los auténticos.
Surgió la vergüenza. Los pececitos acariciaron su alma. Limpiaron el rojo, que dio lugar al rosa pálido. Las algas sonrieron. Los caballitos respiraron. La estrella brilló. La luz llegó hasta la superficie y los pescadores esa noche no se llevaron nada. Las esposas de los pescadores fueron felices al ver a sus esposos llegar temprano. Los hijos esa noche durmieron complacidos al escuchar dos cuentos. Las maestras emocionadas contemplaron a sus alumnos disfrutar de la clase. Aquel fue un gran recreo.

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