Para saber cuanto ha crecido cuento cada día la cantidad de manzanas. Para saber cuanto ha aprendido cuento cuantos niños comieron de sus manzanas. Para saber cuanto ha sufrido cuento cada manzana que se le ha caído. Es que este árbol es a veces el único cobijo, y también el testigo de días de sol, llenos de fuerza y de buen camino. El, fiel a su sitio, siempre me espera a pesar de la lluvia y del granizo. Y si me demoro, una manzana tira al vacío. Por eso viajo en verano, para que el agua no permita que se arruguen sus brazos. A veces no hay más remedio que viajar en invierno, en ese caso dejo encendida la hoguera, para que la nieve crea que hay alguien bajo la chimenea, que no se aferre junto a mi árbol, que los niños necesitan de este manzano. El les da de lo suyo y ellos le cuentan cuentos de hadas, así cada rama aprende cómo se ama. Las hojas a veces se asustan por la madrugada, no están acostumbradas a ruidos de sirenas ni de alarmas. Y es que él siente mucho más que mucha gente. Muchos lo ignoran, porque no saben de la belleza que él atesora. No es un tesoro amarillo, pero es algo que puede contra el olvido. Mi árbol es perenne, sus raíces crecen hasta tu frente.
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