Los dioses quisieron que no me quedara a medias con mis emociones. Desde las más agradables hasta las que están en el otro extremo. Siempre fue así pero nunca reparé en ello a pesar de ciertos llamados de atención, hasta que vino el veredicto. Desde ese momento nada ha vuelto a ser igual. Ahora las vigilo. Y soy conciente de ciertas tendencias destructivas. Al mismo tiempo intento cultivar lo mejor de este fenómeno. Y dibujo mi imaginación con el recuerdo de algunas vivencias. Pero me sigue importando poco la imagen. Me doy cuenta, y creo que en este blog se nota bastante, que tengo la puerta abierta. Dejando que entre el viento y alimente la inocente esperanza. Pero al mismo tiempo estos cinco minutos se han convertido en una especie de confesionario. Al día siguiente releo y lo cierto es que no recuerdo haber querido cambiar una sola palabra. A veces yo mismo me estremezco con lo que he escrito. A veces mis propias palabras alimentan mi espíritu. Es como si ahora algo me esté dictando lo que necesitaré leer mañana. Surge lo bueno y lo malo. Es una manera de exponer mi naturaleza a quien me lee y a quien se atreve a responder. Y también de enfrentarme a mis propios fantasmas.
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