Y el Loro Cantor olvidaba las letras de algunas canciones. Pero un día, caminando por la vida, nos encontramos con un Loro que miraba al infinito y repetía bajito. Mi Loro Cantor se puso muy contento, pues resultaba que lo conocía desde el colegio. Este lorito era el mejor de la clase de historia. Sabía cuanto dato aparecía en los libros que la maestra decía. También era bueno en anatomía, filosofía marxista, y literatura contada por aquellos que conocían en persona hasta al Cid y celebraron con él sus conquistas, además de al Quijote, a los molinos y a Alí Babá y los cuarenta ladrones. Loro Cantor y Loro Memo recordaron con simpatía las travesuras que otro lorón hacía. Y yo, que quería resolver la soledad del Loro Cantor que me daba tanta alegría, y que el pobre sufría tanto por el olvido, le propuse al Loro Memo que se uniera al equipo. Desde entonces Loro Cantor y Loro Memo saltan a la vez, de hombro en hombro, uno al derecho y el otro al revés. Loro Cantor canta conmigo y Loro Memo recita bajito la letra por el pinganillo. Y a la hora de desafinar... de dejar de reír y de mirar a la fuente del gemido... Loro Memo recuerda poesías que en otro tiempo había aprendido y para nada le habían servido. Loro Cantor me pasa el pinganillo, y yo recito hasta que alegramos al sufrido.
1 comentario:
No hay nada mejor como la buena compañía. Cuando cualquier actividad se hace con una compañía no tan buena o que se detesta, las cosas se transforman totalmente.
Un saludito y brindemos por la buena compañía.
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