jueves, 29 de noviembre de 2007

Suicidio abanderado

Una bandera atraviesa los pasos de una montaña. Y desde la ciudad todos la miran preguntándose si la perderán. La bandera se aleja y el silencio se apodera de toda la ciudad. La bandera desaparecía a toda velocidad. Las coronas de los reyes se fundían. Y se sublimaba la sal. Aquel punto a lo lejos retomaba su valía. Pero el azul del cielo se tornaba cada vez más de rojo infernal. El oro desterró a la bandera. Y desde el punto más alto se lanzó hacia el mar. El país se quedó sin tiempo. La cultura dejó de hacer amistad. Lo supieron muy tarde, a la hora de callar. La vista se volvió tinieblas. Y con el paro del tiempo, la inmovilidad. El oro siguió en los bolsillos. Y se vieron enterrar. Terminaba la construcción de los sueños. El último cero repicaba la señal. Y es que bandera no es guerra. Es otra cosa muy difícil de valorar. Bandera somos nosotros. Con aquellos que no tienen paz. Bandera es la bonanza. Bandera es solidaridad. Bandera también es el idioma. Y bandera es el andar. Bandera es sonrisa. Bandera no es negatividad. Bandera es lo que es. Y sin embargo hay desprecio. Hay desdén. Hay egoísmo. Hay superficialidad. Hay doble moral. Hay avaricia. Una bandera sueña con el mar.

1 comentario:

mayteag1963@gmail.com dijo...

Para sentir seguridad hay que aferrarse a lo material, es lo más sencillo, en lugar de aferrarse al sentido común y a lo que llevamos en nuestro interior. El oro permanece, el ser humano no. Si aprendiéramos a cambiar esa faceta de nuestra experiencia, las banderas no desaparecerían ni se venderian. Quizás ni existirían pero sí se fortalecería nuestra identidad como seres humanos. Y nuestra vida seria otra cosa, dariamos valor a otras cosas más nuestras.

Saludos cordiales.